¿Qué los niños se empeñen en que no quieren agua sino refrescos durante las comidas? Pues soportemos el berrinche, pero ni él ni los mayores deberían acompañar –al menos de forma habitual- la comida con ningún tipo de refresco.
Estas, por otra parte deliciosas, bebidas aportan una enorme cantidad de calorías. Una lata de este tipo contiene en 33 centilitros nada menos que 140 calorías sólo del azúcar. Traducido: es lo mismo que si el niño se bebiera un vaso de agua con tres o cuatro sobres de azúcar disuelto mientras come. No suena sano porque no lo es.
Es cierto que las bebidas light o sin azúcar aportan menos cantidad de azúcares y de calorías, ahora bien, ¿cuántos chicos piden una bebida gaseosa sin azúcar o baja en calorías? Además, para sustituirlos, se usan otros aditivos sólo inocuos y “permitidos” por las organizaciones que velan por nuestra salud.
Pero el problema no es, ni mucho menos, menor cuando el chico se empeña en tomar bebidas refrescantes entre comidas: por mucho que diga que le quitan la sed mejor que el agua, eso es imposible: el azúcar le dará sed en lugar de quitársela. Y, además, estarán ingiriendo las mismas 140 calorías por lata y restándose apetito para otros alimentos mucho más sanos.
No se trata de prohibir las gaseosas, el aporte de azúcares también es necesario, aunque no sea ésta la forma ideal de ingerirlos. Además, la mezcla de sabores, salados y dulces es una buena forma de “educar el paladar”
Lo que sí es interesante es hacerle entender a los más pequeños que se trata de un golosina, que puede tomarla de vez en cuando, pero no de manera habitual, a no ser que quiera formar parte del ya nutrido grupo de niños con sobrepeso o incluso obesidad infantil.